martes, 16 de julio de 2013

Kastamuni

    Ciudad de la antigua Paflagonia, llamada en latín Castra Comneni y en turco Kastamönü. En el siglo XIII fue capital del emirato de Isfendiar, luego absorbido por los otomanos.
    El viajero Abén Batuta dice: Esta ciudad de Kastamunia es de las más grandes y bellas, tiene muchas riquezas naturales y los artículos son baratos. Nos alojamos en la zagüía de un jeque llamado el Sordo, por ser duro de oído, y vi aquí algo pasmoso: un estudiante escribía con el dedo en el aire o, a veces, en el suelo, a la vista del jeque, y éste le comprendía y le contestaba... Nos quedamos en esta ciudad unos cuarenta días. Por dos dracmas, comprábamos medio borrego bien cebado y, por el mismo precio, pan suficiente para todo el día, ¡y éramos diez personas! La carga de leña nos costaba sólo un dracma... Encontré aquí al sabio imán, maestro y muftí Tayadino El Sultanyuki, uno de los grandes ulemas. Había estudiado en los dos Iraq; en Tauris, donde había residido algún tiempo, y en Damasco. Antes había estado en Medina y La Meca. Estuve también con el sabio maestro Sadradino Solimán El Finiki, oriundo de la ciudad anatolia de Finika. Me hospedó en su madrasa, que está en el zoco de los caballos. También vi en Kastamunia al longevo y piadoso jeque Dadá Amir Alí; le visité en su zagüía, que está asimismo junto al zoco de los caballos, y lo encontré tumbado de espaldas. Uno de sus criados procedió a sentarlo y otro le alzó las cejas; entonces abrió los ojos y me habló en un árabe perfecto, diciéndome: Bienvenido seas. Le pregunté por su edad y contestó: Yo fui compañero del califa El Mustansir Billah, que murió cuando yo tenía treinta años, así que ahora tengo ciento sesenta y tres . Le pedí que rogara por mí, él me bendijo y salí. El rey de Kastamunia es el venerable sultán Solimán Padishá, hombre de edad provecta, pues pasa de los setenta años, de aspecto grave e imponente, tiene bello rostro y luenga barba. Los faquíes y hombres piadosos le tratan con familiaridad. Entré a verle en la sala de audiencias y mandó que me sentara a su lado, se interesó por mi salud y por las circunstancias de mi llegada, y me preguntó por las dos Ciudades Santas, por Egipto y por Siria, a lo cual respondí cumplidamente. Hizo que me alojaran cerca de él y, ese mismo día, me regaló un alfaraz de raza, de pelo bayo, y un traje, y además me asignó una pensión diaria y forraje para las bestias. Más tarde, ordenó que me dieran, en una aldea dependiente de la ciudad, a media jornada de camino, cierta cantidad de trigo y cebada. Este sultán acostumbra a conceder audiencia todos los días, después del rezo de la tarde. Traen luego la comida y se abren las puertas, dejando comer a todo el mundo, ya sean ciudadanos o campesinos, forasteros o viajeros. En las primeras horas del día otorga una audiencia especial; su hijo viene a besarle las manos, retirándose acto seguido a su propia sala de sesiones. Llegan luego los señores del gobierno, comen con el sultán y se marchan. Acostumbra también esta sultán ir a caballo los viernes a la mezquita, lejos de su morada. Dicha mezquita tiene tres pisos de madera: el sultán, los señores del gobierno, el cadí, los faquíes y los jefes de la tropa rezan en el piso de abajo; el efendi, que es hermano del sultán, sus compañeros y criados, y algunos habitantes de la ciudad, oran en el piso del medio; y en el de arriba, lo hacen el heredero del sultán, que es es el más pequeño de sus hijos y se llama El Yaguad, sus amigos, esclavos y criados, y el resto de la gente. Para ellos significa rey excelente. Coincidió que estaba en su residencia de verano; le enteraron de nuestra llegada y nos mandó manjares de huésped y una pieza de kudsi...